El tiempo se nos va, tan rápido, tan fugaz que solo recordar hechos pasados, ver fotos antiguas nos provoca un estado de melancolía. El ayer, no es hoy. Nos trasladamos al pasado, soñamos despiertos, revivimos pero no vivimos el momento. Ese momento ahora mismo lo dejamos escapar. Momentos pasajeros llenos de incertidumbre, quejumbrosos.
La melancolía definida en la RAE como tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada. Recrearnos en el pasado puede resultar divertido, solo si son emociones placenteras y no dolorosas, ya que revivirlas puede ocasionar malestar físico o emocional.
Miramos atrás, nuestro pensar inconsciente o consciente nos invita a reflexionar, nada es lo mismo. Nunca nada es lo mismo, porque nosotros no somos los mismos. No se pueden igualar situaciones ni hechos, ni siquiera comparar, todo es movimiento, queramos o no. Fluir puede ser tan ambiguo que no permitimos y restringimos nuestras emociones, las encerramos herméticamente.
Nada permanece en nuestro interior de la misma manera. Los sentimientos modifican nuestras conductas. El tiempo enmascara nuestros estados emocionales, estadios atemporales que juegan con nuestro destino, el que construimos sin querer, sin darnos cuenta, sin percepción alguna de la realidad que creemos estar viviendo.
Los días grises nos llevan a la reflexión, a lo más recóndito de nuestro interior, estadios de tranquilidad, de escucha activa, sin reflexiones. Estamos, sentimos, un pasará tarde o temprano, pero pasará.
La melancolía definida en la RAE como tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada. Recrearnos en el pasado puede resultar divertido, solo si son emociones placenteras y no dolorosas, ya que revivirlas puede ocasionar malestar físico o emocional.
Miramos atrás, nuestro pensar inconsciente o consciente nos invita a reflexionar, nada es lo mismo. Nunca nada es lo mismo, porque nosotros no somos los mismos. No se pueden igualar situaciones ni hechos, ni siquiera comparar, todo es movimiento, queramos o no. Fluir puede ser tan ambiguo que no permitimos y restringimos nuestras emociones, las encerramos herméticamente.
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Los días grises nos llevan a la reflexión, a lo más recóndito de nuestro interior, estadios de tranquilidad, de escucha activa, sin reflexiones. Estamos, sentimos, un pasará tarde o temprano, pero pasará.
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